martes, 1 de octubre de 2019

Revista mexicana de investigación educativa

versión impresa ISSN 1405-6666

RMIE vol.13 no.39 México oct./dic. 

 

In memoriam

¿Cómo reconocemos a un buen maestro?

Juan Manuel Gutiérrez Vazquez

Parte I

Me atrevo a escribir sobre este asunto porque son muchas las personas que me han preguntado al respecto, entre ellas madres y padres de familia, pero también no pocos maestros y directores de escuela de diferentes niveles educativos. Por supuesto que en asunto tan debatido, tan dependiente de contextos culturales e incluso biogeográficos, no es sencillo alcanzar un consenso razonable y operativo, que nos sirva para actuar en consonancia. Recuerdo que, cuando trabajaba en un poblado de 350 habitantes, hace más de 20 años, para los padres de familia un buen maestro de Jardín de Niños debería lograr que sus alumnos aprendieran a leer y escribir antes de terminar su educación preescolar, lo cual es a todas luces una barbaridad. Y también me viene a las mente aquél otro señor director de una facultad universitaria, para quien los buenos docentes terminaban con el programa de su materia, incluso antes de concluir el período lectivo, lo cual es otra barbaridad, pues un docente a quien le sobra tiempo no es un buen maestro. Por todo ello es que en estas notas procuraré dar con las características más generales de lo que para mí es un buen maestro, independientemente del lugar y del nivel educativo.

Un buen maestro o maestra (y de aquí en adelante usaré indistintamente uno u otro género para referirme a ambos) tiene un concepto positivo de sí mismo y de su trabajo; esto es que cree en sí mismo como persona y como maestro, que está seguro de que con su quehacer está promoviendo y fortaleciendo el desarrollo físico, intelectual, afectivo, social y moral de sus alumnos, que él es un factor fundamental en la consolidación y perfeccionamiento de sus pupilos como seres humanos, como individuos. Una buena maestra se considera a sí misma como una verdadera profesional de la educación, y por tanto siempre se conduce profesionalmente. Quedan fuera, pues, quienes son maestros por tener una "chamba"; quienes escogieron la carrera porque les ofrece una plaza segura; quienes ven su desempeño como una obligación impuesta por directivos y supervisores.

Las mejores maestras saben que sus alumnos son personas en cuyo desarrollo humano están colaborando, por lo que saben cultivar y promover en ellos el desarrollo de las competencias culturales básicas de comunicación, pensamiento crítico, resolución de problemas y de participación, así como el desarrollo y consolidación de los valores cívicos y culturales fundamentales.

Los buenos maestros tienen expectativas positivas de sus alumnos, desde el principio hasta el fin. Saben que un buen docente es como Pygmalión, que con base en su esmero, dedicación, cariño y expectativas, logra que Galatea, una estatua de mármol por él esculpida, cobre vida y calor. Bien se sabe que uno de los factores clave en el éxito escolar está constituido por lo que la institución y sus docentes esperan de sus alumnos, del auténtico interés que pongan en ellos, de las perspectivas que tracen juntos. Los buenos maestros son humanos, amigables y comprensivos; saben construir un ambiente agradable y estimulante en el salón y en la escuela; tienen confianza en la capacidad de todos sus alumnos y logran que todos ellos tengan éxito. Eso de que un buen maestro tiene siempre muchos reprobados es una aberración.

Las buenas maestras nunca culpan a sus alumnos del fracaso; saben que para que se dé dicho fracaso han entrado en juego muchos factores: la falta de preparación y de dedicación de uno mismo como docente, la escasa comprensión de los problemas por los que el alumno atraviesa, la poca o nula e incluso contraproducente motivación que el pupilo tenga en su hogar, la ineficaz estrategia seguida para que el alumno aprenda, la mala calidad e insuficiencia de los materiales educativos, las malas condiciones en que se encuentra la institución, las faltas y suspensiones de labores, la no consideración de las necesidades específicas del estudiante que está fracasando, la menguada pertinencia de los contenidos, lo agresivo de las evaluaciones, en fin. No es el alumno el culpable de todo ello.

Las mejores maestras logran mucha participación de sus alumnos. La participación más importante es involucrar intelectual y afectivamente a los estudiantes, ellos no tienen que estar brincando o yendo de un lugar a otro para mostrar que están activos. No confundamos el silencio que requiere la actividad mental profunda e intensa con el silencio de la apatía o del aburrimiento. Para conseguir la actividad mental, el buen docente hace buenas peguntas, preguntas reflexivas, abiertas, que no se contesten con un sí o un no, que no se contesten con una sola palabra; preguntas que requieran de reflexión y se contesten con respuestas elaboradas, que a menudo se van encadenando con los aportes de varios estudiantes. La buena maestra siempre pide a sus alumnos que den ejemplos concretos de lo que dicen y siempre favorece el aprendizaje cooperativo, el trabajo colectivo. Nunca pone a competir a unos con otros ni muestra el trabajo de la "mejor alumna" como ejemplo de lo que todos los demás deben hacer. Los buenos docentes saben que los principales protagonistas en el proceso de aprendizaje son los alumnos.

Continuaré mañana con mi lista.

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