martes, 12 de junio de 2018


Carta a un profesor: una reflexión sobre la práctica docente

Beatriz Martínez Serrano Departamento de Lengua Castellana y Literatura IES
“Miguel Crespo”,
Fernán Núñez (Córdoba)

RESUMEN A través del libro Carta a un profesor, escrito por el famoso psiquiatra italiano Vittorino Andreoli y publicado en el año 2008, se nos ofrece una reflexión sobre el papel que ha de desempeñar el docente en el aula. A grandes rasgos, su principal objetivo radica en “enseñar a vivir” al alumnado, facilitando su integración en la sociedad. No obstante, para alcanzar esa meta, la enseñanza debe fomentar el trabajo en equipo, mucho más fructífero y enriquecedor. 

ABSTRACT In Letter to a Teacher (originally entitled Lettera a un insegnante), published in 2008, the Italian psychologist Vittorino Andreoli gives us a most interesting reflection on the teacher’s role in the classroom. In a nutshell, teachers’ main function is to teach students how to live, thus facilitating their integration into our modern society. Nonetheless, with a view to achieving such an ambitious goal, teaching must encourage cooperative work among pupils, which turns out to be a much more fruitful and enriching experience for students and teachers alike. 

PALABRAS CLAVE Práctica docente, integración social del alumnado.

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Carta a un profesor se erige en una obra de referencia obligada para todo docente que anhele conocer con mayor profundidad la psicología de su alumnado, así como contribuir a la mejora de la calidad de la enseñanza ofrecida por la escuela como institución. Bajo la forma de una carta familiar y apelando directamente al profesor, el prestigioso psiquiatra Vittorino Andreoli lleva a cabo unas interesantes reflexiones acerca de la situación de la escuela en la sociedad actual, la evolución psicológica experimentada por el alumnado desde la etapa de Educación Infantil hasta la Universitaria, el rol del docente, del alumno e incluso de la propia familia. El resultado es un libro ameno y apasionante, que mantiene atrapados a sus lectores desde la primera hasta la última página. 

Andreoli parte de la premisa de que el objetivo prioritario del profesor radica en ayudar a crecer a su alumnado, en el sentido de facilitarle su integración en el mundo. Por tanto, ésta ha de ser la meta que guíe nuestros pasos dentro del aula, independientemente de la materia que impartamos, pues a la escuela se le encomienda la ardua y gratificante tarea de enseñar a vivir en los difíciles tiempos que corren. De ahí la necesidad de conectar las distintas áreas con la vida cotidiana y con el tiempo presente. 

Para aprender a vivir en sociedad, resulta de vital importancia aprender a  trabajar en equipo, a cooperar con los demás. A este respecto, la escuela, y concretamente la clase, fiel reflejo a pequeña escala de una sociedad más amplia, se convierte en el marco idóneo para fomentar el trabajo de conjunto y las vivencias compartidas. En este contexto, todos y cada uno de los alumnos y alumnas han de caminar al unísono, evitando cualquier tipo de clasificación discriminatoria que permita brillar a unos más que a otros. Andreoli recurre a la comparación de la labor del profesor con la de un buen director de orquesta que escribe las partituras del concierto y logra que todos participen en la sonata. 

En el momento en que las alumnas y los alumnos toman conciencia de que desempeñan un papel primordial e imprescindible dentro de su grupo-clase, serán capaces de experimentar placer, actitud que los predispondrá para el aprendizaje significativo y favorecerá su experiencia y creatividad. Totalmente contrarios a los mencionados son los efectos perniciosos que se derivan del castigo. Lejos de surtir cualquier tipo de beneficio, en su opinión, dependiendo del alumno del que se trate, el castigo puede llegar a vivirse como un rechazo de la propia persona e incluso de la propia existencia y, por consiguiente, como una condena existencial total. No en vano, califica los castigos como verdaderos atropellos cuyas secuelas son irreversibles en ciertos casos. 

Por otro lado, ahonda en la necesidad de establecer unas reglas que rijan la relación profesorado-alumnado. A la hora de abordar este asunto, nos remite a Durkheim, quien demostró que dicha relación debe ser un contrato que ninguno de los dos ha de romper. Pero, pese al carácter sagrado de las reglas, su ruptura no desencadenará un castigo, sino la toma de conciencia de lo sucedido tanto del infractor como del resto de la comunidad. 

A su juicio, uno de los errores que se cometen con frecuencia en la escuela, quizás de forma inconsciente, es la potenciación del individualismo a través del fomento de la competitividad, algo que repercute negativamente en el ambiente de convivencia provocando envidias, deseos fallidos y enemistades dentro del grupo-clase. Frente a esta situación, el psiquiatra italiano apuesta por una educación basada en el grupo, la colaboración, la solidaridad y la ayuda mutua. De este modo, construiremos una psicología del Nosotros que, lejos de borrar al Yo, le brinda la posibilidad de integrarse en el grupo aportando sus cualidades, las cuales redundan en un beneficio para todo el conjunto. El espíritu de pertenencia a un grupo tenderá unos lazos de unión entre sus componentes, quienes no se considerarán enemigos, sino compañeros de equipo. De las afirmaciones realizadas, se desprende la conveniencia de colocar al grupo en el centro de la enseñanza, y no al individuo. 

Un manual de esta envergadura no podía estar exento de una reflexión sobre las cualidades que ha de reunir un buen profesor o profesora. Junto a la autoridad, que otorga credibilidad al docente, merecen una especial consideración las siguientes: la participación en la escuela, que implica el afán de superarse a sí mismo día a día; el placer de enseñar, a fin de que nuestro trabajo nos resulte gratificante y eficaz; la técnica de comunicación, imprescindible para que nuestra lección sea entendida por el alumnado; y el carisma, fruto de la edad y la experiencia. No obstante, para BEATRIZ MARTÍNEZ SERRANO desempeñar con éxito nuestra misión, hemos de conocer minuciosamente a los destinatarios de nuestro trabajo. 

En relación con el alumnado, hemos de tener presentes tres aspectos: la dimensión racional, dicho de otro modo, la capacidad para comprender y resolver los posibles problemas que se hallen; la dimensión emotiva-afectiva, es decir, la capacidad de entablar relaciones con otras personas, incluido el profesor o profesora; la madurez social, en otras palabras, la capacidad de vivir con los demás en una esfera más amplia que la de la relación dual. La escuela no puede ignorar ninguna de estas tres dimensiones, sino integrarlas. 

Andreoli también pone de relieve la importancia del diálogo y la cooperación entre la escuela y la familia, dado que ambas comparten la meta común de alcanzar la educación global de los jóvenes y facilitar su integración en la sociedad. Asimismo, los claustros, como punto de encuentro del profesorado, se presentan como un marco ideal para intercambiar impresiones desde distintos puntos de vista y coordinar intervenciones encaminadas a enseñar a vivir. 

Dentro de la amplia taxonomía de tipos de profesores que traza, figuran: el profesor “guaperas”, el “adefesio”, el de escenario, el samaritano, el víctima, el malo, el minimalista (o pasota), el injusto, el mito y “el que quizá no existe”. Este último se perfila como el profesor ideal, sumamente preparado en la asignatura que imparte, aunque bajo ningún concepto desea sobresalir, sino que concede todo el protagonismo a sus alumnas y alumnos y los hace brillar con luz propia. Todo buen docente ha de partir de la convicción de que, al mismo tiempo que enseña, aprende y, por tanto, ejerce como un excelente profesor y un aventajado estudiante, ya que la tarea de aprender nunca toca su fin, pues se prolonga indefinidamente. 

Para finalizar este breve recorrido por la carta, algunas palabras merece el genial autor de la misma. Vittorino Andreoli, psiquiatra italiano de reconocido prestigio, escribió, entre otros, el bestseller Carta a un adolescente y Giovane, todo un clásico en Italia. Junto a su faceta de escritor, cabe destacar su trabajo en la Universidad de Cambridge, así como en la Cornell University de Nueva York. Sin lugar a dudas, la lectura de Carta a un profesor no deja indiferente a nadie, dado que la verdad que encierran sus palabras nos hace reflexionar a los docentes sobre la labor que llevamos a cabo día a día en el aula y nos facilita algunas de las claves para erigirnos en buenas educadoras y educadores. 

 BIBLIOGRAFÍA ANDREOLI, VITTORINO (2008): Carta a un profesor, Integral, Barcelona.

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