martes, 16 de agosto de 2016


LA EVALUACIÓN   
II PARTE  Finalidades y alcances del Decreto 1290

“Una evaluación que no forme y de la cual no aprendan todos los actores que están involucrados en ella, es improcedente”

2.1 Fundamentación conceptual de la evaluación en el aula.


Es común en la tradición educativa fraccionar el proceso formativo en diferentes actividades: enseñanza, aprendizaje y evaluación, como si ellas no hicieran parte de una misma unidad, diluyéndose con ello el sentido del acto formativo y difuminándose la responsabilidad de cada uno de los actores que intervienen en él. Así entonces, algunas y algunos profesores se preocupan sólo por enseñar y consideran que ese es el único o el principal “asunto” que les compete dentro del proceso formativo, y que un “problema” distinto lo constituye si sus estudiantes  aprenden o no –esa es la responsabilidad de otros sujetos llamados alumnos o alumnas–, hecho que supuestamente constata o verifica en otra actividad que es separada de las dos ya enunciadas, a la que ordinariamente denominamos evaluación.


Esta tradición, equívoca por demás, ha propiciado que se dé una ruptura a veces irreconciliable entre estas tres actividades, ocupando espacios y dedicación distintos y diferenciados, independientes e incomunicados, tiempos específicamente marcados y divorciados para cada una, con papeles, funciones y responsabilidades distintas dentro del acto educativo, consintiendo que de esta manera el proceso formativo pierda unidad y por ende sentido.


Contrario a esta práctica educativa las nuevas apuestas en este campo del conocimiento proponen que la evaluación educativa, en los niveles de enseñanza básica y media, tenga única y exclusivamente propósitos formativos, es decir, de aprendizaje para todos los sujetos que intervienen en ella. La evaluación es aprendizaje, en la medida que es  un medio a través del cual se adquieren conocimientos. Los profesores aprenden para conocer y mejorar la práctica docente en su complejidad, y para colaborar en el aprendizaje de sus educandos conociendo las dificultades que tienen que superar, el modo de resolverlas y las estrategias que ponen en funcionamiento en tal actividad. Los estudiantes aprenden de y a partir de la propia evaluación, de su corrección y de la información contrastada que le ofrece el profesor, que será siempre crítica y argumentada (Álvarez, 2001, p. 12).


En ése sentido, debemos entender que la evaluación en el aula es una de las actividades que hacen parte y se desarrollan dentro del pro-ceso formativo que se adelanta en la institución escolar, con la cual no solamente aprenden los estudiantes, sino que especialmente, lo hacen los maestros, porque a partir de ella es que deben visualizar, organizar y planificar su trabajo de enseñanza.

Teniendo en cuenta que la palabra evaluación resulta polisémica por los diferentes usos e interpretaciones que el peso de la tradición le ha marcado, es necesario, entender que la evaluación formativa sobrepasa el concepto de medición asimilado con frecuencia a la calificación. Hay que decir que toda medición es un proceso evaluativo, pero no toda evaluación es una medición o está reducida a ella, debido a que la evaluación implica una mirada más amplia sobre los sujetos y sus procesos porque incluye valoraciones y juicios sobre el sentido de las acciones humanas, por tanto toma en cuenta los contextos, las diferencias culturales y los ritmos de aprendizaje, entre otros. Una mirada sobre la evaluación con este matiz exige entonces que se desarrollen e incorporen diferentes métodos, técnicas e instrumentos para evaluar y tomar cualquier decisión especialmente si estamos hablando de aquellas que se refieren al aula.
Los estudiantes a través de su proceso formativo no sólo aprenden conocimientos, sino que se apropian de los bines simbólicos: desarrollan formas de pensar, de valorar, de integrarse como persona y como ciudadanos y ciudadanas con otros y con su medio. Así mismo, posibilita su encuentro y desarrollo humano. (Díaz, 2000)



La evaluación formativa indicada para evaluar el aprendizaje y el desarrollo de las competencias de los estudiantes en el día a día, como lo señala Díaz Barriga, busca la mejora in situ de la tarea educativa antes  de que el proceso formativo haya concluido y sus resultados sean inmodificables para los estudiantes. Por el contrario ella detecta las dificultades y carencias que hay en el propio proceso y las corrige a tiempo (2000). Entre los principales rasgos que caracterizan a la evaluación educativa en los niveles básica y de media, tenemos:
Toda medición es un proceso evaluativo, pero no toda evaluación es una medición o está reducida a ella…
Una evaluación que no forme y de la cual no aprendan todos los actores que están involucrados en ella, es improcedente…

     Es formativa, motivadora, orientadora, pero nunca sancionatoria.

     Utiliza diferentes técnicas de evaluación y hace triangulación de la información, para emitir juicios y valoraciones contextualizadas.

     Está centrada en la forma como el estudiante aprende, sin descuidar la calidad de lo que aprende.

     Es transparente, continua y procesual.

     Convoca de manera responsable a todas las partes en un sentido democrático y fomenta la autoevaluación en ellas.

Dichas características significan que en el salón de clase durante el proceso de formación, al desarrollarse la evaluación, deben promoverse al menos los siguientes aspectos:

Formativa, motivadora, orientadora, pero no sancionatoria


Una evaluación que no forme y de la cual no aprendan todos los actores que están involucrados en ella, es improcedente para los niveles de básica y media de la educación, toda vez que en este período escolar tal actividad debe estar siempre al servicio de los protagonistas del proceso de enseñanza: los niños, niñas, jóvenes o adultos. Al afirmar que la evaluación forma, estamos haciendo referencia a lo intelectual y a lo humano, pues la experiencia de autoevaluarse, evaluar a otros y ser evaluado, permite a cualquier sujeto mejorar sus vivencias consigo mismo y con los otros, además de aportarle conocimiento sobre su proceso de aprendizaje individual.


Cuando hacemos referencia a que la evaluación debe ser motivadora y orientadora lo que estamos significando es que a partir de ella, se impulse a los educandos a identificar sus fortalezas, debilidades, avances o retrocesos, para que con esta información ellos y ellas trabajen de manera participativa, activa y responsable en su proceso formativo. Al hablar de una evaluación no sancionatoria, queremos resaltar que la valoración que se haga de los estudiantes no puede perpetrar acciones y reacciones de frustración, desestimulo, baja autoestima o desencanto por el aprendizaje y la vida escolar. Si la evaluación se desarrolla como una acción de la que todos aprenden, ella será vista tanto por educandos como por docentes, como una oportunidad de corregir los fallos. No se trata de ceder ante los alumnos, sino de trabajar con ellos en su beneficio, que terminará siendo: su aprendizaje (Álvarez, 2001, p. 14).

Utiliza diferentes técnicas de evaluación y triangula información para emitir juicios contextualizados

Lo primero que hay que recordar es que los exámenes no son los únicos recursos de evaluación que tienen los docentes, ni deben ser el centro del proceso educativo, los motores del currículo o la mayor preocupación o tensión que tengan los y las estudiantes dentro de la escuela.


Los exámenes tradicionales escritos (tipo test o de puntajes) u orales (objetivos o no, continuos o discontinuos), usualmente son utilizados más como elementos de medición del aprendizaje que como instrumentos que aportan información sobre los procesos que los estudiantes van desarrollando o han alcanzado; elemento paradójico, si se tiene como meta: que ellos aprendan2. Igualmente, tales pruebas no dicen nada sobre lo que realmente saben o no saben, ni recogen información sobre aprendizajes significativos, críticos, autónomos, cooperativos, sociales y solidarios que también deben promoverse y desarrollarse en las instituciones educativas.

En la escuela se examina y califica mucho y muchas veces; pero se evalúa poco[…] …Los malos resultados que nos arrojan las pruebas son si acaso, indicio de que algo no funciona, pero no nos dicen nada sobre las causas que los provocan, que pueden ser muchas, y no todas debido a negligencias o torpezas de quien aprende […]. Asimismo, los profesores no pueden aprender mucho de los resultados para mejorar sus práctica (Álvarez, 2001, p. 37 y 41).

Es usual que los exámenes tradicionales y los maestros con ellos, se limiten a comprobar el grado en que el alumno “repite” la información o “aplica las fórmulas” que se le han suministrado, dejando por fuera lo más importante de evaluar y fomentar desde la enseñanza, averiguar: qué tanto saben, qué tanto comprenden, descubren, crean, son competentes, etc., por nombrar algunos. En otras palabras, qué tanto la escuela les ha enseñado  aprender a aprender; aspectos todos fundamentales, que deben ser procurados dentro del sistema educativo, porque los ayudarán y capacitarán para tener mejores posibilidades en el futuro (Fernández, 1995).

Los exámenes tradicionales son utilizados más como elementos de medición del aprendizaje que como instrumentos que aportan información sobre los procesos que los estudiantes van desarrollando



2 No podemos afirmar categóricamente que tales exámenes no dan cuenta de procesos, lo que se quiere decir es que usualmente los profesores no tienen consciencia que las pruebas miden tales aspectos, y que ellos son importantes para el proceso enseñanza aprendizaje (Fernández, 1995)

La evaluación debe adelantarse de manera permanente y por ello es necesario “inventar” o contar con diversas estrategias


La evaluación también debe adelantarse de manera permanente durante el proceso formativo y por ello es necesario “inventar” o contar con diversas estrategias y formas de valoración-observación de los niños, niñas y adolescentes. Así, un profesor, puede evaluar a sus educandos cuando trabajan en grupo, en su interacción social, cuando conversan sobre un determinado tema, preguntan sobre algo que no comprenden, explican a sus pares, al realizar sus registros etnográficos sobre las acciones diarias del aula, etc., no con el propósito de calificarlos y dar un diagnóstico terminal o definitivo sobre ellos, sino para valorarles lo aprendido: calidad, profundidad, forma, consistencia y coherencia. Cada una de las actividades antes descritas permite observar y recibir diversas informaciones sobre un mismo aspecto o varios del proceso de aprendizaje de los educandos, permitiendo al docente triangular sus datos y fuentes de información para realizar mejores diagnósticos y apoyar mejor a los estudiantes en su formación. La evaluación no se hace sólo a través de una única estrategia y un solo resultado: el examen.


Igualmente, cada que el docente se proponga realizar una evaluación debe acompañar dicho subproceso con varias reflexiones y preguntas, tales como: ¿por qué evaluar?, ¿para qué evaluar?, ¿qué uso hacemos los profesoras de la evaluación?, ¿qué uso hacen los estudiantes de la evaluación?, ¿para qué les sirve?, ¿qué funciones desempeña realmente?, ¿está ella asegurando la calidad del aprendizaje, la calidad de la enseñanza y la calidad en la educación?

Centrada en la forma como el estudiante aprende, sin descuidar la calidad de lo que aprende
Como ya se ha mencionado, la información que arroja la evaluación3 es fundamental para los maestros, debido a que con ella se detectan las partes del proceso que están fallando o que impiden a los estudiantes alcanzar las metas propuestas y esperadas en sus desempeños de manera exitosa.
3    No hacemos referencia al resultado o calificación que se logra mediante un examen, sino a la rica y variada información que se obtiene a través de una mirada y valoración amplia, como la que brinda una evaluación formativa.


Todo con la intención de actuar de manera preventiva dentro del proceso formativo para evitar a tiempo los fracasos escolares que históricamente se han presentado al finalizar el año lectivo.


En otras palabras, la evaluación educativa es un recurso fundamental que busca dar coherencia, unidad y éxito a todo el proceso formativo, previendo la necesidad de intervenirlo de manera adecuada y oportuna. Los maestros detectan las fortalezas y debilidades de cada uno de sus educandos, los apoyan de acuerdo con sus necesidades, particularidades y ritmos de aprendizaje. No hay una receta única para todos, cada uno es respaldado de acuerdo a su individualidad y requerimientos.

Si de la evaluación hacemos un ejercicio continuo, no hay razón para el fracaso, pues siempre llegaremos a tiempo para actuar e intervenir inteligentemente en el momento oportuno, cuando el sujeto necesita nuestra orientación y nuestra ayuda para evitar que cualquier fallo detectado se convierta en definitivo (Álvarez, 2001, p. 15).

Hay que señalar que al castigar o penalizar el error en los ambientes de formación –en vez de convertirlo en una oportunidad para aprender, se rompe y frena el proceso en sí mismo, y lo que resulta más paradójico, es que con ello se contradice la naturaleza del objetivo que se desea incentivar en la institución educativa: aprender.


Es importante recordar que el énfasis de trabajar por procesos, no significa que se descuide de manera alguna la calidad de lo que se en-seña-aprende en el aula. En esta dirección, hay que mencionar que uno de los asuntos capitales que hoy tenemos es la enorme cantidad o variedad de información y contenidos, a lo que se le adiciona, su acelerado cambio y transformación, debido a la alta producción de conocimiento que se registra en el mundo. Por ello, el proceso formativo (enseñanza-aprendizaje-evaluación), no puede seguir enfocándose en el repaso y memorización interminable de un listado de temas. Una mejor alternativa es centrarse en el desarrollo de competencias básicas y en el afianzamiento de lo que algunos llaman principios o conceptos “útiles”. No sólo por la imposibilidad real y existente que tienen los estudiantes para lograr tal tarea, o por la desmotivación y falta de sentido e interés que surge al realizar actos tan rutinarios y pasivos como “memorizar” información para “reproducir en los exámenes”, sino por el valor intrínseco y el sentido mismo que tiene el aprendizaje en la vida de los sujetos (Fernández, 1995).
Al castigar o penalizar el error en los ambientes de formación  en vez de convertirlo en una oportunidad para aprender, se rompe y frena el proceso en sí mismo



La valoración debe ser continua, es decir que debe hacer parte del proceso educativo, donde al tiempo que se enseña, se evalúa y se aprende

Transparente, continua y procesual

Los criterios de valoración que se establezcan dentro de una determinada comunidad educativa o en un aula de clase, siempre deben ser claros, negociados entre todos, públicos y publicados. Dichas actividades dan transparencia e introducen elementos de justicia, ecuanimidad y equidad al proceso o actividad de valoración y juicio que contiene el acto formativo.

Del mismo modo la valoración debe ser continua, es decir que debe hacer parte del proceso educativo, donde al tiempo que se enseña, se evalúa y se aprende, porque la evaluación en sí misma debe ser concebida como un elemento de aprendizaje para todos. Ese es el sentido de su continuidad. Por tanto, no es la actividad aislada y discontinua que se realiza al finalizar un tema o una unidad, como si fuera una actividad separada o distinta en la formación.

La evaluación da cuenta de los procesos, el avance y las dificultades que los estudiantes van teniendo; de las estrategias de apoyo y acompañamiento que adoptan las instituciones y los docentes para superar situaciones adversas, con el fin de culminar con éxito el desarrollo de la acción educativa.

Según Miguel Fernández (1995, p. 73)4, algunos procesos que no son observados y trabajados desde la evaluación que se practica en la actualidad, los cuales son muy importantes por lo “rico” en la información que proporcionan para orientar o resignificar el proceso de enseñanza y aprendizaje, son:

     averiguar sobre la apropiación de los procedimientos y técnicas que los estudiantes poseen para el tratamiento de la información;




4 Mencionaremos algunos procesos mentales referidos al campo del conocimiento, teniendo la claridad que no son los únicos que deben ser evaluados.

     apropiación de los conceptos básicos (estructuralmente centrales) dentro de un campo dado de conocimientos, que ellos logran manejar;

     capacidad de análisis, sobre todo de relaciones y de principios de organización de una estructura, que han logrado desarrollar;

     habilidad para realizar síntesis operativas y teóricas.

Convoca de manera responsable a todas las partes en un sentido democrático y fomenta la autoevaluación en ellas
Entendida como un proceso en el que todos aprenden, la evaluación formativa constituye una oportunidad inmejorable para que docentes y estudiantes participen y reaccionen ante las decisiones que se adoptan y los afectan, de manera ética y responsable. Esta evaluación, permite que los estudiantes pongan en práctica sus conocimientos, defiendan sus ideas, expongan sus razones, saberes, dudas, ignorancias e inseguridades  con la intención de superarlas.

Tal ejercicio propicia espacios de reflexión y evaluación compartida, porque facilita que en la evaluación participen todos los que están insertos en ella, bien sea que en algún momento la observen o la vivan. Se cuenta con la valoración del docente (quien evalúa a sus estudiantes, pero que también debe ser evaluado por ellos); admiten la co evaluación por parte de los compañeros quienes han observado el desempeño de su par; forma en procesos de autoevaluación toda vez que el estudiante tiene como referente no sólo la mirada personal o individual de su proceso, si no que puede escuchar, visualizar y analizar cómo está siendo observado, evaluado y visto por otros que comparten su proceso formativo. Dichas actividades contribuyen a la formación ética y responsable de los sujetos, puesto que su accionar es revisado continuamente de manera interna y externa en el contexto social.


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