El colegio en Soledad, Atlántico, de donde salieron 129 'pilos'
Este colegio del Atlántico pasó de estar en la categoría ‘inferior’ a ‘muy superior’ en las pruebas de Estado. Hoy sus estudiantes reciben becas para estudiar en las más prestigiosas universidades. ¿Cómo lo lograron?
“Buenos días”, saluda el profesor. “¡Muy bien, muy superior, ¿y usted?!”, le replican los alumnos. “Muy superior”, responde. Solo los estudiantes del Colegio Metropolitano Soledad 2000 entienden esta invariable expresión de cada mañana.
La frase se ha vuelto usual y provoca risas de alegría y orgullo. Es la manera informal de recordar, en las habituales jornadas académicas, que la institución ha obtenido los mejores resultados del país en las pruebas de Estado y es conocida en el Atlántico como un semillero de alumnos becados.
Este colegio privado, que atiende a la población de recursos bajos del barrio Soledad 2000, en Soledad (Atlántico), completó 31 años de trabajo. Según su rector, Jorge Torres, “hemos venido analizando los factores que inciden en el mejor rendimiento académico de los estudiantes”. No fue sencillo el camino para el plantel, en el que muchos alumnos reciben subsidios del Estado ante el déficit de cupos en las instituciones oficiales. Torres recuerda que las primeras pruebas de Estado resultaron decepcionantes.
“No salíamos de inferior y sabíamos la razón. Después logramos mejorar, pero seguíamos mal”. En medio de sus propias dificultades, el colegio emprendió un estudio para saber qué sucedía. El hallazgo no tenía que ver con el ámbito académico, sino con el entorno: los chicos estaban más enfocados en terminar sus estudios y en comenzar a trabajar para ayudar a sus familias que en alcanzar la educación superior.
Muchos querían aprender a manejar moto para ganarse la vida como mototaxistas. Otros decían que sus familias esperaban que se pusieran a trabajar para ayudar a sostener a sus hermanos menores.
Pero algunos más argumentaban que sus padres, que habían concluido el bachillerato, les decían que ellos no podían aspirar a la universidad.También estaban los papás que pretendían que sus hijos entraran al Sena o cursaran un programa técnico, “porque para llegar a la universidad no tenían los recursos y no podían lograr el ingreso [en las instituciones públicas] por la dificultad del examen.
Siempre encontramos esa serie de argumentos”, añadió el rector. La conclusión fue una: había en los estudiantes una muy baja autoestima, así como en sus familias. Torres lo define como una desesperanza aprendida, unas aspiraciones que los progenitores nunca tuvieron, comportamiento que puede repetirse de generación en generación.
Pedagogía de lo posible
El colegio puso en marcha un esquema para romper esa dinámica y no caer en el sinsentido de entregar diplomas por entregarlos. El centro de la estrategia, implementada desde el año 2000, fue desarrollar lo que se denominó “la pedagogía de lo posible”, que implicó el cambio de paradigmas profundamente arraigados en la comunidad que atiende la institución.
“Logramos identificar –señaló el rector– que los padres le crean un problema a los estudiantes porque no los apoyan. La limitante económica es muy fuerte y una sola institución pública, la Universidad del Atlántico, no da abasto para los jóvenes que egresan de Barranquilla y de otros municipios, y tampoco tiene todas las carreras a las que los chicos podrían aspirar”.
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Otro aspecto eran los docentes. Torres habla de un entorno en el que los maestros aplicaban la “pedagogía de la pobreza”. Ante las bajas posibilidades de que los alumnos pudieran comprar libros, de que cambiaran su esquema mental de baja autoestima y de que accedieran a recursos audiovisuales para avanzar en su aprendizaje, se generaban contenidos educativos pobres.
“Esto nos llevó a entender por qué los profesores tenían su aliciente solo en el salario. Trabajar, producir, que les pagaran y ya. Les pedimos que identifiquen su perfil: si son quizá instructores, catedráticos o docentes. Porque nada de eso necesitamos; requerimos maestros que entiendan su verdadera misión, la de transformar vidas”, puntualizó Torres.
El rector contó que la metodología de trabajar lo misional “nos dio muy buen resultado, porque se desarrolla más amor a la pedagogía y sentido de pertenencia; mayor comprensión de los problemas de los chicos y la mística de ser mejores educadores”.
El colegio, en pos de esta tarea, llegó a sus profesores con conversatorios y sensibilizaciones para transmitirles la pedagogía que busca impartir la institución y hacerles entender que ellos son espejos de sus estudiantes, para que se planteen qué es lo que dejarán como herencia en las mentes que tocan, incluyendo la semilla para que los chicos exploren opciones a futuro.
Foto: Archivo Semana
Un buen ambiente
Torres, galardonado en 2014 con el Premio Compartir al gran rector, sabe que el entorno es determinante para cualquier proceso en la enseñanza. “Si no hay un ambiente pedagógico y cultural que permita el desarrollo de las posibilidades que existen, es imposible avanzar”.
“Por ejemplo, nuestros niños están en un ambiente en el que tienen que ser buenos, productivos: los mejores. Los maestros también son exigidos y están comprometidos con su actividad misional. Los padres de familia tienen una imagen clara de su responsabilidad con sus hijos y con el colegio. La institución, sus directivas y su administración están en función de la calidad de la educación para los niños. Entonces, hay un ambiente que inspira pedagogía”.
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