LA
EVALUACIÓN
II PARTE Finalidades y alcances del Decreto 1290
“Una evaluación que no forme y de la cual no
aprendan todos los actores que están involucrados en ella, es improcedente”
2.1 Fundamentación conceptual de la evaluación en el aula.
Es común en la tradición educativa fraccionar el proceso
formativo en diferentes actividades: enseñanza, aprendizaje y evaluación, como
si ellas no hicieran parte de una misma unidad, diluyéndose con ello el sentido
del acto formativo y difuminándose la responsabilidad de cada uno de los
actores que intervienen en él. Así entonces, algunas y algunos profesores se
preocupan sólo por enseñar y consideran que ese es el único o el principal
“asunto” que les compete dentro del proceso formativo, y que un “problema”
distinto lo constituye si sus estudiantes aprenden o no –esa es la responsabilidad de
otros sujetos llamados alumnos o alumnas–, hecho que supuestamente constata o
verifica en otra actividad que es separada de las dos ya enunciadas, a la que
ordinariamente denominamos evaluación.
Esta tradición, equívoca por demás, ha propiciado que se dé
una ruptura a veces irreconciliable entre estas tres actividades, ocupando
espacios y dedicación distintos y diferenciados, independientes e incomunicados,
tiempos específicamente marcados y divorciados para cada una, con papeles,
funciones y responsabilidades distintas dentro del acto educativo, consintiendo
que de esta manera el proceso formativo pierda unidad y por ende sentido.
Contrario a esta práctica educativa las
nuevas apuestas en este campo del conocimiento proponen que la evaluación
educativa, en los niveles de enseñanza básica y media, tenga única y exclusivamente propósitos formativos, es decir, de
aprendizaje para todos los sujetos que intervienen
en ella. La evaluación es aprendizaje,
en la medida que es
un medio a través del cual se adquieren conocimientos. Los
profesores aprenden para conocer y mejorar la práctica docente en su
complejidad, y para colaborar en el aprendizaje de sus educandos conociendo las
dificultades que tienen que superar, el modo de resolverlas y las estrategias
que ponen en funcionamiento en tal actividad. Los estudiantes aprenden de y a
partir de la propia evaluación, de su corrección y de la información
contrastada que le ofrece el profesor, que será siempre crítica y argumentada (Álvarez,
2001, p. 12).
En ése sentido, debemos entender que la evaluación en el
aula es una de las actividades que hacen parte y se desarrollan dentro del
pro-ceso formativo que se adelanta en la institución escolar, con la cual no
solamente aprenden los estudiantes, sino que especialmente, lo hacen los
maestros, porque a partir de ella es que
deben visualizar, organizar y planificar su trabajo de enseñanza.
Teniendo en cuenta que la palabra evaluación resulta
polisémica por los diferentes usos e interpretaciones que el peso de la
tradición le ha marcado, es necesario, entender que la evaluación formativa
sobrepasa el concepto de medición asimilado con frecuencia a la calificación.
Hay que decir que toda medición es un proceso evaluativo, pero no toda evaluación es
una medición o está reducida a ella, debido a que la evaluación implica una
mirada más amplia sobre los sujetos y sus procesos porque incluye valoraciones y juicios sobre el sentido de las acciones humanas, por tanto toma en cuenta los
contextos, las diferencias culturales y los ritmos de aprendizaje, entre
otros. Una mirada sobre la evaluación con este matiz exige entonces
que se desarrollen e incorporen diferentes métodos, técnicas e instrumentos
para evaluar y tomar cualquier decisión especialmente si estamos hablando de
aquellas que se refieren al aula.
Los estudiantes a través de su proceso formativo no sólo
aprenden conocimientos, sino que se apropian de los bines simbólicos:
desarrollan formas de pensar, de valorar, de integrarse como persona y como ciudadanos
y ciudadanas con otros y con su medio. Así mismo, posibilita su encuentro y
desarrollo humano. (Díaz, 2000)
La evaluación formativa indicada
para evaluar el aprendizaje y el desarrollo de las competencias de los
estudiantes en el día a día, como lo señala Díaz Barriga, busca la mejora in situ de la tarea educativa antes de que el proceso formativo haya concluido y
sus resultados sean inmodificables para los estudiantes. Por el contrario ella
detecta las dificultades y carencias que hay en el propio proceso y las corrige
a tiempo (2000). Entre los principales rasgos que caracterizan a la evaluación
educativa en los niveles básica y de media, tenemos:
Toda medición es un proceso
evaluativo, pero no toda evaluación es una medición o está reducida a ella…
Una evaluación que no forme y de la cual no aprendan todos los
actores que están involucrados en ella, es improcedente…
• Es
formativa, motivadora, orientadora, pero nunca sancionatoria.
•
Utiliza diferentes técnicas de
evaluación y hace triangulación de la información, para emitir juicios y
valoraciones contextualizadas.
•
Está centrada en la forma como el
estudiante aprende, sin descuidar la calidad de lo que aprende.
• Es
transparente, continua y procesual.
•
Convoca de manera responsable a
todas las partes en un sentido democrático y fomenta la autoevaluación en
ellas.
Dichas características significan que
en el salón de clase durante el proceso de formación, al desarrollarse la
evaluación, deben promoverse al menos los siguientes aspectos:
Formativa, motivadora,
orientadora, pero no sancionatoria
Una evaluación que no forme y de la
cual no aprendan todos los actores que están involucrados en ella, es
improcedente para los niveles de básica y media de la educación, toda vez que
en este período escolar tal actividad debe estar siempre al servicio de los
protagonistas del proceso de enseñanza: los
niños, niñas, jóvenes o adultos. Al afirmar que la evaluación forma,
estamos haciendo referencia a lo intelectual y a lo humano, pues la experiencia
de autoevaluarse, evaluar a otros y ser evaluado, permite a cualquier sujeto
mejorar sus vivencias consigo mismo y con los otros, además de aportarle
conocimiento sobre su proceso de aprendizaje individual.
Cuando
hacemos referencia a que la evaluación debe ser motivadora y orientadora lo que
estamos significando es que a partir de ella, se impulse a los educandos a
identificar sus fortalezas, debilidades, avances o retrocesos, para que con
esta información ellos y ellas trabajen de manera participativa, activa y responsable
en su proceso formativo. Al hablar de
una evaluación no sancionatoria, queremos resaltar que la valoración que se
haga de los estudiantes no puede perpetrar acciones y reacciones de
frustración, desestimulo, baja autoestima o desencanto por el aprendizaje y la
vida escolar. Si la evaluación se desarrolla como una acción de la que todos
aprenden, ella será vista tanto por educandos como por docentes, como una
oportunidad de corregir los fallos. No se trata de ceder ante los alumnos, sino
de trabajar
con ellos en su beneficio, que terminará siendo: su aprendizaje
(Álvarez, 2001, p. 14).
Utiliza diferentes
técnicas de evaluación y triangula información para emitir juicios
contextualizados
Lo
primero que hay que recordar es que los exámenes no son los únicos recursos de
evaluación que tienen los docentes, ni deben ser el centro del proceso
educativo, los motores del currículo o la mayor preocupación o tensión que
tengan los y las estudiantes dentro de la escuela.
Los exámenes tradicionales escritos (tipo test o de
puntajes) u orales (objetivos o no, continuos o discontinuos), usualmente son
utilizados más como elementos de medición del aprendizaje que como instrumentos
que aportan información sobre los procesos que los estudiantes van desarrollando
o han alcanzado; elemento paradójico, si se tiene como meta: que ellos aprendan2.
Igualmente, tales pruebas no dicen nada sobre lo que realmente saben o no
saben, ni recogen información sobre aprendizajes significativos, críticos,
autónomos, cooperativos, sociales y solidarios que también deben promoverse y
desarrollarse en las instituciones educativas.
En la
escuela se examina y califica mucho y muchas veces; pero se evalúa poco[…] …Los
malos resultados que nos arrojan las pruebas son si acaso, indicio de que algo
no funciona, pero no nos dicen nada sobre las causas que los provocan, que
pueden ser muchas, y no todas debido a negligencias o torpezas de quien aprende
[…]. Asimismo, los profesores no pueden aprender mucho de los resultados para
mejorar sus práctica (Álvarez, 2001, p. 37 y 41).
Es usual que los exámenes
tradicionales y los maestros con ellos, se limiten a comprobar el grado en que
el alumno “repite” la información o “aplica las fórmulas” que se le han
suministrado, dejando por fuera lo más importante de evaluar y fomentar desde
la enseñanza, averiguar: qué tanto saben, qué tanto comprenden, descubren,
crean, son competentes, etc., por nombrar algunos. En otras palabras, qué tanto
la escuela les ha enseñado aprender a
aprender; aspectos todos fundamentales, que deben ser procurados dentro del
sistema educativo, porque los ayudarán y capacitarán para tener mejores
posibilidades en el futuro (Fernández, 1995).
Los exámenes
tradicionales son utilizados más como elementos de medición del aprendizaje que
como instrumentos que aportan información sobre los procesos que los
estudiantes van desarrollando
2 No podemos afirmar categóricamente que tales exámenes no
dan cuenta de procesos, lo que se quiere decir es que usualmente los profesores
no tienen consciencia que las pruebas miden tales aspectos, y que ellos son
importantes para el proceso enseñanza aprendizaje (Fernández, 1995)
La evaluación debe adelantarse de manera permanente y por ello
es necesario “inventar” o contar con diversas estrategias
La
evaluación también debe adelantarse de manera permanente durante el proceso
formativo y por ello es necesario “inventar” o contar con diversas estrategias
y formas de valoración-observación de los niños, niñas y adolescentes. Así, un
profesor, puede evaluar a sus educandos cuando trabajan en grupo, en su
interacción social, cuando conversan sobre un determinado tema, preguntan sobre
algo que no comprenden, explican a sus pares, al realizar sus registros
etnográficos sobre las acciones diarias del aula, etc., no con el propósito de
calificarlos y dar un diagnóstico terminal o definitivo sobre ellos, sino para
valorarles lo aprendido: calidad, profundidad, forma, consistencia y
coherencia. Cada una de las actividades antes descritas permite observar y
recibir diversas informaciones sobre un mismo aspecto o varios del proceso de
aprendizaje de los educandos, permitiendo al docente triangular sus datos y
fuentes de información para realizar mejores diagnósticos y apoyar mejor a los
estudiantes en su formación. La evaluación no se hace sólo a través de una
única estrategia y un solo resultado: el examen.
Igualmente, cada que el docente se
proponga realizar una evaluación debe acompañar dicho subproceso con varias
reflexiones y preguntas, tales como: ¿por qué evaluar?, ¿para qué evaluar?,
¿qué uso hacemos los profesoras de la evaluación?, ¿qué uso hacen los estudiantes
de la evaluación?, ¿para qué les sirve?, ¿qué funciones desempeña realmente?,
¿está ella asegurando la calidad del aprendizaje, la calidad de la enseñanza y
la calidad en la educación?
Centrada en la forma como el estudiante aprende, sin descuidar
la calidad de lo que aprende
Como ya
se ha mencionado, la información que arroja la evaluación3 es fundamental para los maestros,
debido a que con ella se detectan las partes del proceso que están fallando o
que impiden a los estudiantes alcanzar las metas propuestas y esperadas en sus
desempeños de manera exitosa.
3 No
hacemos referencia al resultado o calificación que se logra mediante un examen,
sino a la rica y variada información que se obtiene a través de una mirada y
valoración amplia, como la que brinda una evaluación formativa.
Todo con la intención de actuar de
manera preventiva dentro del proceso formativo para evitar a tiempo los
fracasos escolares que históricamente se han presentado al finalizar el año
lectivo.
En otras palabras, la evaluación educativa es un recurso
fundamental que busca dar coherencia, unidad y éxito a todo el proceso
formativo, previendo la necesidad de intervenirlo de manera adecuada y
oportuna. Los maestros detectan las fortalezas y debilidades de cada uno de sus
educandos, los apoyan de acuerdo con sus necesidades, particularidades y ritmos
de aprendizaje. No hay una receta única para todos, cada uno es respaldado de
acuerdo a su individualidad y requerimientos.
Si de la
evaluación hacemos un ejercicio continuo, no hay razón para el fracaso, pues
siempre llegaremos a tiempo para actuar e intervenir inteligentemente en el
momento oportuno, cuando el sujeto necesita nuestra orientación y nuestra ayuda
para evitar que cualquier fallo detectado se convierta en definitivo (Álvarez, 2001, p. 15).
Hay que señalar que al castigar o penalizar el error en los
ambientes de formación –en vez de convertirlo en una oportunidad para aprender,
se rompe y frena el proceso en sí mismo, y lo que resulta más paradójico, es
que con ello se contradice la naturaleza del objetivo que se desea incentivar
en la institución educativa: aprender.
Es importante recordar que el
énfasis de trabajar por procesos, no significa que se descuide de manera alguna
la calidad de lo que se en-seña-aprende en el aula. En esta dirección, hay que
mencionar que uno de los asuntos capitales que hoy tenemos es la enorme
cantidad o variedad de información y contenidos, a lo que se le adiciona, su
acelerado cambio y transformación, debido a la alta producción de conocimiento
que se registra en el mundo. Por ello, el proceso formativo
(enseñanza-aprendizaje-evaluación), no puede seguir enfocándose en el repaso y
memorización interminable de un listado de temas. Una mejor alternativa es centrarse en el desarrollo de competencias
básicas y en el afianzamiento de lo que algunos llaman principios o conceptos
“útiles”. No sólo por la imposibilidad real y existente que tienen los
estudiantes para lograr tal tarea, o por la
desmotivación y falta de sentido e interés que surge al realizar actos tan
rutinarios y pasivos como “memorizar” información para “reproducir en los
exámenes”, sino por el valor intrínseco y el sentido mismo que tiene el
aprendizaje en la vida de los sujetos (Fernández, 1995).
Al castigar o penalizar el error en los ambientes de
formación en vez de convertirlo en una
oportunidad para aprender, se rompe y
frena el proceso en sí mismo
La valoración debe ser continua, es decir que debe hacer parte
del proceso educativo, donde al tiempo que se enseña, se evalúa y se aprende
Transparente, continua y
procesual
Los criterios de valoración que se establezcan
dentro de una determinada comunidad educativa o en un aula de clase, siempre
deben ser claros, negociados entre todos, públicos y publicados. Dichas
actividades dan transparencia e introducen elementos de justicia, ecuanimidad y
equidad al proceso o actividad de valoración y juicio que contiene el acto
formativo.
Del mismo modo la valoración debe ser
continua, es decir que debe hacer parte del proceso educativo, donde al tiempo
que se enseña, se evalúa y se aprende, porque la evaluación en sí misma debe
ser concebida como un elemento de aprendizaje para todos. Ese es el sentido de
su continuidad. Por tanto, no es la actividad aislada y discontinua que se
realiza al finalizar un tema o una unidad, como si fuera una actividad separada
o distinta en la formación.
La evaluación da cuenta de los
procesos, el avance y las dificultades que los estudiantes van teniendo; de las
estrategias de apoyo y acompañamiento que adoptan las instituciones y los
docentes para superar situaciones adversas, con el fin de culminar con éxito el
desarrollo de la acción educativa.
Según Miguel Fernández (1995, p. 73)4,
algunos procesos que no son observados y trabajados desde la evaluación que se
practica en la actualidad, los cuales son muy importantes por lo “rico” en la
información que proporcionan para orientar o resignificar el proceso de enseñanza
y aprendizaje, son:
•
averiguar sobre la apropiación de
los procedimientos y técnicas que los estudiantes poseen para el tratamiento de
la información;
4
Mencionaremos algunos procesos mentales referidos al campo del conocimiento,
teniendo la claridad que no son los únicos que deben ser evaluados.
•
apropiación de los conceptos
básicos (estructuralmente centrales) dentro de un campo dado de conocimientos,
que ellos logran manejar;
•
capacidad de análisis, sobre todo
de relaciones y de principios de organización de una estructura, que han
logrado desarrollar;
• habilidad
para realizar síntesis operativas y teóricas.
Convoca de manera responsable a todas las partes en un sentido
democrático y fomenta la autoevaluación en ellas
Entendida como un proceso en el que
todos aprenden, la evaluación formativa constituye una oportunidad inmejorable
para que docentes y estudiantes participen y reaccionen ante las decisiones que
se adoptan y los afectan, de manera ética y responsable. Esta evaluación,
permite que los estudiantes pongan en práctica sus conocimientos, defiendan sus
ideas, expongan sus razones, saberes, dudas, ignorancias e inseguridades con la intención de superarlas.
Tal
ejercicio propicia espacios de reflexión y evaluación compartida, porque
facilita que en la evaluación participen todos los que están insertos en ella,
bien sea que en algún momento la observen o la vivan. Se cuenta con la
valoración del docente (quien evalúa a sus estudiantes, pero que también debe
ser evaluado por ellos); admiten la co evaluación por parte de los compañeros
quienes han observado el desempeño de su par; forma en procesos de autoevaluación
toda vez que el estudiante tiene como referente no sólo la mirada personal o
individual de su proceso, si no que puede escuchar, visualizar y analizar cómo
está siendo observado, evaluado y visto por otros que comparten su proceso
formativo. Dichas actividades contribuyen a la formación ética y responsable de
los sujetos, puesto que su accionar es revisado continuamente de manera interna
y externa en el contexto social.
No hay comentarios:
Publicar un comentario