¿Cómo debe ser un maestro excelente?
PARTE I
«Un soneto me manda hacer Violante,
que en mi vida me he visto en tanto aprieto (…)»
(Frey Félix Lope de Vega y Carpio)
que en mi vida me he visto en tanto aprieto (…)»
(Frey Félix Lope de Vega y Carpio)
Sin el ánimo de hacer ninguna comparación con el Fénix de los Ingenios, este es el sentimiento que me vino a la cabeza (y a todo el cuerpo) cuando me solicitaron que escribiera algo sobre estos dos conceptos tan mayúsculos como son el magisterio y la excelencia. Me han pedido que escriba sobre las competencias que debe tener un buen maestro y de la importancia que tiene (o debería tener) la formación inicial y continua para lograr maestros excelentes.
Después de un buen rato de reflexión pensé que lo mejor que podía hacer, como punto de partida, era repasar toda mi trayectoria escolar (desde el parvulario hasta la universidad) y aprovechar mis recuerdos y pensamientos para escribir algo sobre el tema.
Después de un buen rato de reflexión pensé que lo mejor que podía hacer, como punto de partida, era repasar toda mi trayectoria escolar (desde el parvulario hasta la universidad) y aprovechar mis recuerdos y pensamientos para escribir algo sobre el tema.
Calidad y huella en la educación
Al margen de que existen algunos animales que enseñan y aprenden de sus congéneres, el magisterio es una función humana que siempre me ha causado un respeto imponente por las repercusiones que puede llegar a tener, su buen o mal ejercicio, sobre cualquier individuo en particular y sobre la sociedad, considerada esta como el resultado de la integración de todas las individualidades analizadas. La huella que puede llegar a dejar un maestro en sus alumnos se puede calificar de indeleble en la mayor parte de los casos.
Y qué decir sobre la excelencia. Según el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (R.A.E.), se entiende por excelencia: «La superior calidad o bondad que hace digno de singular aprecio y estimación algo»; a lo que se podría añadir: «Nivel de calidad imposible de alcanzar», con el fin de relacionar dicho grado con un desiderátum utópico. En mi humilde opinión, la propia condición del ser humano le impide alcanzar ese nivel de excelencia, en cualquiera de los campos de su actuación.
La excelencia, sinónimo de perfección, debería ser ese máximo diez que ningún maestro debería utilizar en sus calificaciones, por estar destinado a la perfección más absoluta y, por lo tanto, inalcanzable. No en vano, los autores americanos Tom J. Peters y Robert H. Waterman Jr, indagaron juntos: En busca de la EXCELENCIA; sin llegar a estar convencidos de haberla encontrado.
Principios y valores del buen maestro
Antes que escribir sobre competencias, me gustaría mencionar algunos principios y valores que deben regir la actuación de un buen maestro, por no llegar a calificarlo de excelente.
Aun entendiendo que la educación en principios y valores es una responsabilidad de la familia (básicamente de los padres y abuelos), quiero hacer hincapié en los que debe poseer un buen maestro para reforzar dichos principios y valores desde la docencia. Un buen maestro debe ser ético en todas sus actuaciones. También debe ser ecuánime, a la par que justo, a la hora de evaluar a sus alumnos. Y, sobre todo, debe ser ejemplar en su comportamiento. Los alumnos (sobre todo los más pequeños) son como esponjas, absorben todo lo que oyen y ven.
Parafraseando el artículo 5º del cabo, dentro de las Ordenanzas Militares de Carlos III, «el maestro, como inmediata autoridad del alumno, se hará querer y respetar de ellos (…)» Cariño y respeto deberían ser dos valores innatos en el maestro. Y quiero aclarar que entendiendo por autoridad la clásica autoritas, es decir, el binomio de competencia más prestigio:
Autoridad = Competencia + Prestigio
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