Carta a un profesor: una reflexión sobre la práctica docente
Beatriz Martínez Serrano Departamento de Lengua Castellana y Literatura IES
“Miguel Crespo”,
Fernán Núñez (Córdoba)
RESUMEN
A través del libro Carta a un profesor, escrito por el famoso psiquiatra italiano Vittorino
Andreoli y publicado en el año 2008, se nos ofrece una reflexión sobre el papel que ha de
desempeñar el docente en el aula. A grandes rasgos, su principal objetivo radica en “enseñar a
vivir” al alumnado, facilitando su integración en la sociedad. No obstante, para alcanzar esa
meta, la enseñanza debe fomentar el trabajo en equipo, mucho más fructífero y enriquecedor.
ABSTRACT
In Letter to a Teacher (originally entitled Lettera a un insegnante), published in 2008,
the Italian psychologist Vittorino Andreoli gives us a most interesting reflection on the teacher’s
role in the classroom. In a nutshell, teachers’ main function is to teach students how to live, thus
facilitating their integration into our modern society. Nonetheless, with a view to achieving such
an ambitious goal, teaching must encourage cooperative work among pupils, which turns out to
be a much more fruitful and enriching experience for students and teachers alike.
PALABRAS CLAVE Práctica docente, integración social del alumnado.
***
Carta a un profesor se erige en una obra de referencia obligada para todo
docente que anhele conocer con mayor profundidad la psicología de su alumnado, así
como contribuir a la mejora de la calidad de la enseñanza ofrecida por la escuela como
institución. Bajo la forma de una carta familiar y apelando directamente al profesor, el
prestigioso psiquiatra Vittorino Andreoli lleva a cabo unas interesantes reflexiones
acerca de la situación de la escuela en la sociedad actual, la evolución psicológica
experimentada por el alumnado desde la etapa de Educación Infantil hasta la
Universitaria, el rol del docente, del alumno e incluso de la propia familia. El resultado
es un libro ameno y apasionante, que mantiene atrapados a sus lectores desde la
primera hasta la última página.
Andreoli parte de la premisa de que el objetivo prioritario del profesor radica en
ayudar a crecer a su alumnado, en el sentido de facilitarle su integración en el mundo.
Por tanto, ésta ha de ser la meta que guíe nuestros pasos dentro del aula,
independientemente de la materia que impartamos, pues a la escuela se le encomienda
la ardua y gratificante tarea de enseñar a vivir en los difíciles tiempos que corren. De
ahí la necesidad de conectar las distintas áreas con la vida cotidiana y con el tiempo
presente.
Para aprender a vivir en sociedad, resulta de vital importancia aprender a trabajar en equipo, a cooperar con los demás. A este respecto, la escuela, y
concretamente la clase, fiel reflejo a pequeña escala de una sociedad más amplia, se
convierte en el marco idóneo para fomentar el trabajo de conjunto y las vivencias
compartidas. En este contexto, todos y cada uno de los alumnos y alumnas han de
caminar al unísono, evitando cualquier tipo de clasificación discriminatoria que
permita brillar a unos más que a otros. Andreoli recurre a la comparación de la labor
del profesor con la de un buen director de orquesta que escribe las partituras del
concierto y logra que todos participen en la sonata.
En el momento en que las alumnas y los alumnos toman conciencia de que
desempeñan un papel primordial e imprescindible dentro de su grupo-clase, serán
capaces de experimentar placer, actitud que los predispondrá para el aprendizaje
significativo y favorecerá su experiencia y creatividad. Totalmente contrarios a los
mencionados son los efectos perniciosos que se derivan del castigo. Lejos de surtir
cualquier tipo de beneficio, en su opinión, dependiendo del alumno del que se trate, el
castigo puede llegar a vivirse como un rechazo de la propia persona e incluso de la
propia existencia y, por consiguiente, como una condena existencial total. No en vano,
califica los castigos como verdaderos atropellos cuyas secuelas son irreversibles en
ciertos casos.
Por otro lado, ahonda en la necesidad de establecer unas reglas que rijan la
relación profesorado-alumnado. A la hora de abordar este asunto, nos remite a
Durkheim, quien demostró que dicha relación debe ser un contrato que ninguno de los
dos ha de romper. Pero, pese al carácter sagrado de las reglas, su ruptura no
desencadenará un castigo, sino la toma de conciencia de lo sucedido tanto del infractor
como del resto de la comunidad.
A su juicio, uno de los errores que se cometen con frecuencia en la escuela,
quizás de forma inconsciente, es la potenciación del individualismo a través del
fomento de la competitividad, algo que repercute negativamente en el ambiente de
convivencia provocando envidias, deseos fallidos y enemistades dentro del grupo-clase.
Frente a esta situación, el psiquiatra italiano apuesta por una educación basada en el
grupo, la colaboración, la solidaridad y la ayuda mutua. De este modo, construiremos
una psicología del Nosotros que, lejos de borrar al Yo, le brinda la posibilidad de
integrarse en el grupo aportando sus cualidades, las cuales redundan en un beneficio
para todo el conjunto. El espíritu de pertenencia a un grupo tenderá unos lazos de
unión entre sus componentes, quienes no se considerarán enemigos, sino compañeros
de equipo. De las afirmaciones realizadas, se desprende la conveniencia de colocar al
grupo en el centro de la enseñanza, y no al individuo.
Un manual de esta envergadura no podía estar exento de una reflexión sobre las
cualidades que ha de reunir un buen profesor o profesora. Junto a la autoridad, que
otorga credibilidad al docente, merecen una especial consideración las siguientes: la
participación en la escuela, que implica el afán de superarse a sí mismo día a día; el
placer de enseñar, a fin de que nuestro trabajo nos resulte gratificante y eficaz; la
técnica de comunicación, imprescindible para que nuestra lección sea entendida por el
alumnado; y el carisma, fruto de la edad y la experiencia. No obstante, para
BEATRIZ MARTÍNEZ SERRANO desempeñar con éxito nuestra misión, hemos de conocer minuciosamente a los
destinatarios de nuestro trabajo.
En relación con el alumnado, hemos de tener presentes tres aspectos: la
dimensión racional, dicho de otro modo, la capacidad para comprender y resolver los
posibles problemas que se hallen; la dimensión emotiva-afectiva, es decir, la capacidad
de entablar relaciones con otras personas, incluido el profesor o profesora; la madurez
social, en otras palabras, la capacidad de vivir con los demás en una esfera más amplia
que la de la relación dual. La escuela no puede ignorar ninguna de estas tres
dimensiones, sino integrarlas.
Andreoli también pone de relieve la importancia del diálogo y la cooperación
entre la escuela y la familia, dado que ambas comparten la meta común de alcanzar la
educación global de los jóvenes y facilitar su integración en la sociedad. Asimismo, los
claustros, como punto de encuentro del profesorado, se presentan como un marco ideal
para intercambiar impresiones desde distintos puntos de vista y coordinar
intervenciones encaminadas a enseñar a vivir.
Dentro de la amplia taxonomía de tipos de profesores que traza, figuran: el
profesor “guaperas”, el “adefesio”, el de escenario, el samaritano, el víctima, el malo, el
minimalista (o pasota), el injusto, el mito y “el que quizá no existe”. Este último se
perfila como el profesor ideal, sumamente preparado en la asignatura que imparte,
aunque bajo ningún concepto desea sobresalir, sino que concede todo el protagonismo
a sus alumnas y alumnos y los hace brillar con luz propia. Todo buen docente ha de
partir de la convicción de que, al mismo tiempo que enseña, aprende y, por tanto, ejerce
como un excelente profesor y un aventajado estudiante, ya que la tarea de aprender
nunca toca su fin, pues se prolonga indefinidamente.
Para finalizar este breve recorrido por la carta, algunas palabras merece el
genial autor de la misma. Vittorino Andreoli, psiquiatra italiano de reconocido
prestigio, escribió, entre otros, el bestseller Carta a un adolescente y Giovane, todo un
clásico en Italia. Junto a su faceta de escritor, cabe destacar su trabajo en la
Universidad de Cambridge, así como en la Cornell University de Nueva York. Sin lugar
a dudas, la lectura de Carta a un profesor no deja indiferente a nadie, dado que la
verdad que encierran sus palabras nos hace reflexionar a los docentes sobre la labor
que llevamos a cabo día a día en el aula y nos facilita algunas de las claves para
erigirnos en buenas educadoras y educadores.
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