20 DE ABRIL DE 2015
COMO
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SE PERFECCIONA UN
MAESTRO.
“RESALTA EN
EL ROSTRO DEL HOMBRE SU SABIDURÍA”.
Nadie ha dicho que ser maestro es una cosa
fácil, dictar (como dicen algunos) unas clases o encargarse de un grupo por
cumplir un contrato o salir del paso, nada tiene que ver con la profesión
docente.
La docencia puede ser desempeñada por
cualquier persona a quien la autoridad académica designe para hacer unas clases
a un grupo de estudiantes. Pero ser maestro o maestra requiere mucho más que
ese simple encargo contractual.
Un maestro o maestra debe ser consciente del
papel que cumple en la sociedad, y dentro de ello comprender que la relación
pedagógica tiene, al menos, dos dimensiones: la capacitación y la formación.
La capacitación se refiere a
la aprehensión de conocimientos y al desarrollo de habilidades prácticas y
capacidades de acción en el mundo, en cumplimiento de la importante función de
socializar a las nuevas generaciones en el conocimiento acumulado por la
sociedad humana para darle continuidad.
La formación, en cambio, comprende los procesos que
contribuyen a la construcción de identidad, a modelar la cosmovisión y a
re-crear los universos de significados y los dispositivos de asignación de
sentido de las personas involucradas en los procesos formativos; y en una
sociedad como la nuestra, en contribuir a la generación de nuevos sujetos
sociales que tengan las capacidades para ser co-constructores de la nueva
sociedad que anhelamos. Para poder actuar en estos dos campos generando
impactos positivos en el desarrollo de capacidades en el saber qué, el saber
cómo y el querer hacer por parte de los estudiantes, el maestro requiere disponer de capacidades específicas que le permitan
desempeñar su labor educadora de manera efectiva. En esta línea, un
maestro o maestra debería poseer las siguientes características y capacidades
en su quehacer cotidiano, cualidades que lo acercarán más a que los estudiantes
se apropien del conocimiento que promulga tener y por ende a crear mejores
personas:
·
Conocimiento disciplinar y
didáctico.
La educación tiene como principal objetivo la
formación de los estudiantes en determinados campos del saber. Por lo tanto el docente encargado de esta
formación debe tener un sólido conocimiento de la respectiva área disciplinar
para que pueda conducir la clase hacia el aprendizaje de los temas más
pertinentes, medulares y actualizados. Pero al profesor no le puede bastar
el conocimiento profundo del tema que desarrollará con sus estudiantes. Le es
indispensable, además, la habilidad para transmitir el conocimiento, la
capacidad para recrearlo, para reconstruirlo, para hacerlo comprensible y
asimilable, digerible, es decir, requiere disponer de unas cualidades casi
innatas que le permitan generar un idóneo ambiente de aprendizaje. El conocimiento disciplinar es
indispensable, pero no lo es menos el saber cómo enseñarlo. En esa medida,
el saber didáctico no es un mero aditamento marginal del maestro, sino una
condición sine qua non para poder ejercer como tal. Allí, en los
recursos didácticos de que disponga, radicará su sabiduría superando la
erudición, allí en esa fluidez y en esa magia encantadora de su palabra estará
la clave para que sus estudiantes lo perciban como un maestro. 2 Se puede
incluir en este tema el efectivo manejo que los docentes deben tener de las
tecnologías de información y comunicación –Tics- tanto para la búsqueda de información en la red sobre los temas en los
cuales deban mantener actualización para el ejercicio de su actividad
docente, como para su utilización en clase en cuanto recurso didáctico y medio
de comunicación con sus estudiantes.
· Respeto
El respeto se entiende no como el temor
reverencial, sino como la actitud de
reconocimiento de la pluralidad y la aceptación de las diferencias, lo que
implica la práctica activa de la no discriminación, la no aplicación de raseros
comunes ni para exigir resultados ni para hegemonizar un método específico de
aprendizaje; es decir, asumir a cada estudiante en su carácter individual y
como persona. En la aplicación del
respeto, el maestro no ridiculiza, no minimiza ni descalifica a sus
estudiantes, entiende y comprende las diferencias de ritmos, de procesos, de
intereses y de necesidades de cada uno de ellos, y en consecuencia, busca
construir ambientes de aprendizaje incluyentes que se conviertan en
oportunidades de desarrollo personal al ampliar el horizonte de posibilidades
de los estudiantes.
· Trato personal
La relación pedagógica es antes que nada una
interacción entre personas, no entre “un profesor” y “unos estudiantes”. El
estudiante no es un número de código de matrícula, ni un nombre puesto en
una lista. Es un ser humano que tiene una vida compleja, una de cuyas
dimensiones -a veces la menos urgente para él o ella- es la de asistir a la
escuela o a la universidad. Cuando el maestro se mueve dentro de esta
comprensión, amplía su escucha y logra ver al estudiante en su dimensión
humana, ante lo cual la relación adquiere la especificidad del trato personal.
Desde esta mirada se trasciende la función del docente como “un
dictador” de clases, para introducirse en
el mundo de lo humano, logrando establecer un ambiente de aprendizaje
caracterizado por la confianza, el diálogo, el respeto y la aceptación mutua.
· Cuidado
Una de las tareas
fundamentales que tiene el educador es la de asegurar que el espacio escolar
sea un lugar donde los estudiantes se sienten acogidos, bien tratados,
reconocidos y cuidados. Y un fin educativo ineludible de un maestro o
maestra es el de desarrollar capacidades en los estudiantes para que sepan
cuidar y que se abran a ser cuidados. Esto
plantea al educador la ampliación sustancial de la comprensión acerca de lo que
significa la docencia, muchas veces limitada al esfuerzo por lograr que los
estudiantes apropien unos conocimientos disciplinares. El cuidado es una de las
capacidades que más caracteriza a un maestro o maestra, y se extiende más allá
del interés y ocupación por el estudiante como ser humano. Implica también el cuidado de sí mismo, y el cuidado de las ideas, de
la cultura, del entorno, del intelecto…, en fin, el cuidado de la vida.
· Cautivar
El profesor puede perfectamente limitar su
tarea de enseñanza a preparar la clase, cumplir el horario establecido,
manifestar en el aula sus conocimientos y evaluar el aprendizaje de los estudiantes,
sin preocuparse de lo que les dentro de ese espacio educativo. Así asumida, la
función para la que ha sido contratado es similar a la que realiza un parlante
unidireccional, encargado de emitir mensajes, que para nuestro caso son
conocimientos disciplinares. Pero el docente también puede fungir de maestro,
caso en el cual orientará su gestión profesoral a ampliar su escucha y las de
sus estudiantes con el propósito de expandir sus horizontes de posibilidades,
de manera que los contenidos de su materia despierten el interés de los
educandos al ser vistos por ellos como aportes significativos para enriquecer
sus visiones del mundo o para acrecentar sus competencias cognoscitivas u
operacionales. El maestro debe despertar
la pasión por el conocimiento, cautivándolos hacia el deseo de aprender, de
profundizar, de gozarse el acto de estudiar.
·
Competencias
comunicativas – Escuchar
Es común afirmar que el profesor debe tener
competencias comunicativas básicas, puesto que la docencia es un quehacer centrado
en la interacción comunicativa. Y usualmente se cree que desarrollar estas
competencias consiste en fortalecer la capacidad parlante, de modo que por lo general el catedrático es un experto
en el dominio del habla, olvidando con frecuencia que para ser un verdadero
maestro, un factor clave en la relación pedagógica es la escucha. Como
todos sabemos, la comunicación humana tiene dos dimensiones: hablar y
escuchar. Normalmente se considera que el hablar es la faceta más
importante, por cuanto se asume como el aspecto activo de la comunicación, en
tanto que al escuchar se le otorga un papel pasivo, que es dependiente del
hablante. Se supone que si quien habla lo hace con claridad y sin
interferencias externas, será perfectamente comprendido. Pero el asunto es
mucho más complejo, pues comunicar es diferente que informar. La primera acción
implica poner en común significados y sentidos, y por lo tanto en su
bidireccionalidad exige el diálogo, en
tanto que informar es unidireccional. A quien comunica le importa lo que ocurre
con el oyente, mientras que a quien informa eso le tiene sin cuidado, pues su
acento está en lo que dice y no en lo que se escucha. Y el proceso educativo es algo muy distinto que transmitir información
para ilustrar. El escuchar es el factor fundamental de la comunicación
porque sólo se logra un hablar efectivo cuando es seguido de un escuchar
efectivo. Y escuchar es distinto que oír. Oír se refiere a la capacidad
biológica que poseen algunas especies vivas de ser afectadas por perturbaciones
ambientales para percibirlas como sonidos, en tanto que el escuchar implica el
percibir los sonidos e interpretarlos. El factor interpretativo es tan
importante en el fenómeno del escuchar que es posible escuchar aun cuando no
haya sonidos y, en consecuencia, cuando no haya nada que oír. Se pueden "escuchar" los gestos,
las posturas del cuerpo y los movimientos en la medida en que se sea capaz de
atribuirles un significado y/o un sentido. Así, la escucha implica
interpretar lo que dice el otro para comprender
las lógicas desde donde habla o actúa. En la escucha se comprende al otro, sus
percepciones, prejuicios, entendimientos, paradigmas, etc. La relación
pedagógica es exitosa en el momento que el maestro escucha a sus estudiantes,
pues logra descifrar qué comprendieron de lo que él dijo, detectar sus
inquietudes, contestar de forma pertinente sus preguntas y ajustar su acción
didáctica y pedagógica al entorno dentro del cual ésta se da. En la escucha el maestro no se cree dueño de
la verdad, acepta las múltiples miradas o verdades que tienen los estudiantes
desde sus experiencias, conocimientos previos, reflexiones, etc. y puede
poner en práctica el diálogo de saberes.
· Congruencia
Como dijimos anteriormente, la relación
pedagógica tiene, al menos, dos dimensiones: la formación humana y la
capacitación. Normalmente los docentes
consideran que su labor se sitúa exclusivamente en el dominio de la
capacitación, desconociendo la función formadora que sus prácticas educativas
tienen en los estudiantes. Se desconoce o no se reconoce que el profesor
enseña no solo lo que sabe, sino también lo que es. En efecto, los estudiantes aprenden de sus profesores las formas de
relación que éste establece en el acto educativo, y según como sean las prácticas del profesor en los diferentes campos
de acción –cómo se comunica, como llama la atención, cómo organiza la clase,
cómo evalúa, etc.- los estudiantes construirán y apropiarán imaginarios acerca
de la legitimidad y validez de dichas prácticas, que posteriormente operarán
–al situarse como observadores de docentes o como docentes- de criterios de
significación y de ejecución del oficio. De allí la necesidad de que los
profesores sean congruentes en su labor docente. La congruencia significa actuar de acuerdo con lo que resulte
más conveniente para el proceso formativo de los estudiantes, aplicar el
principio de las consecuencias lógicas en su relación con los estudiantes, y
mantener estricta coherencia entre lo que dice y lo que hace, es decir, entre
sus discursos y sus prácticas.
· Reflexión y discernimiento
Una de las experiencias generativas en
el lenguaje es la reflexión, entendida como el análisis individual de
los argumentos propios y ajenos para darse cuenta, para entender y dar razón de
lo que se quiere y de lo que no se quiere. Se trata de una actitud libre y
espontánea que permite abordar los conceptos absolutistas de verdad en una
actitud desprevenida y crítica. La reflexión lleva al desapego, a la apertura,
a desempuñar la mano para soltar las verdades y las certidumbres que las
acompañan, a dudar de ellas, a considerar otros puntos de vista y a cambiar de
observatorio para dirigir la mirada. La
reflexión sobre la propia práctica docente conduce a su interpelación, a su
cuestionamiento y consecuentemente a problematizarla. Se abre así una
importante y crucial oportunidad para replantearla, para cambiar de rumbos y
para construir nuevas relaciones o introducir transformaciones en las
actualmente existentes, de modo que apunten con mayor precisión a los resultados
que se quieren. La reflexión lleva al discernimiento, al ejercicio constante de la
distinción de lo uno y lo otro para darse cuenta de lo que está pasando, de
lo que se está sintiendo, del fluir emocional en el que el maestro se
encuentra, de si quiere o no lo que está viviendo, de cuáles son las
consecuencias de sus acciones y hacerse cargo de ellas. Al quebrar el ciego
transcurrir del ejercicio profesional cotidiano, la reflexión y el discernimiento posibilitan la crítica permanente
acerca de la coherencia entre lo que se hace, lo que se siente y el mundo que
se quiere construir, y se constituyen por tanto en el centinela
privilegiado de la congruencia y la consecuencia entre discursos y prácticas,
de la coherencia entre diseño y ejecución, y en la primera instancia en la
adopción de los correctivos pertinentes, de manera que se empieza a transitar
en la praxis, a ser protagonistas conscientes del propio devenir y a modelar
efectivamente el ambiente de aprendizaje que se desea construir.
Ser maestro es un don divino que requiere de
un esfuerzo mayor al que estamos acostumbrados, y así algunos se ufanen de ser
maestros, nunca logran conseguirlo.
Por lo tanto lograr ganarse el título de
maestro, implica esfuerzo, dedicación y
sobre todo un perfeccionamiento consiente y constante.
JJ.
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