El amor está
prohibido en los colegios
Se ha generado un debate nacional en torno a las manifestaciones
amorosas de los estudiantes en los colegios del país, porque se cree que
de ellas se derivan los altos índices de embarazos en adolescentes y la
pérdida de valores morales en la juventud. Sin embargo, también es cierto
que en muchas instituciones educativas de nuestro país no se aplica
cabalmente el Proyecto de Educación para la Sexualidad y Construcción de
Ciudadanía (PESCC), en parte por los prejuicios y el poco conocimiento de
los maestros en temas de sexualidad.
Palabras clave: Manifestaciones amorosas, Proyecto de Educación para la
Sexualidad, formación ciudadana, sexualidad en los adolescentes.
Al colegio nos mandan para que aprendamos y amemos el conocimiento. Nos
piden que amemos las matemáticas, el lenguaje, las ciencias, la filosofía
y una larga lista de asignaturas. Pero, llegados a la adolescencia, cuando
las hormonas comienzan a despertar de ese largo sueño, los únicos números
que nos interesan son los del teléfono de la chica bonita que se sienta
diagonal al pupitre; la única química que vale la pena es la de las
hormonas que alborotan el corazón cuando damos y recibimos el primer beso
en la clandestinidad de un pasillo o un salón vacío. El único lenguaje
que queremos aprender es el del amor. La única historia que vamos a
recordar es la del primer amor, que llevaremos para siempre en algún lugar
especial de la memoria. Si al colegio venimos a aprender: ¿Está tan mal
que aprendamos también las cosas del amor?
En muchos colegios de Colombia pareciera que están prohibidas las
manifestaciones amorosas entre los estudiantes. Los maestros nos quejamos
porque ellos aprovechan nuestro descuido para entregarse a los besos, las
caricias y todo tipo de conductas que están mal vistas en una institución
educativa y que van contra la moral y las buenas costumbres; es una guerra
constante entre venados y cazadores. Es por esto que es necesario debatir
en torno a la conveniencia de permitir, reprimir u orientar
estas manifestaciones amorosas en los jóvenes dentro de los
establecimientos educativos.
Sin embargo, sorprende sobremanera que en un país cuyos principales
problemas sociales son la violencia y la agresividad de unos contra otros,
los asesinatos, los actos de crueldad y sevicia, en algunos colegios se
siga persiguiendo el amor entre los jóvenes como uno de los graves
problemas por solucionar. El amor, siendo una dimensión de lo humano, debe
ser orientado y fomentado, no reprimido por la escuela.
Aunque el Ministerio de Educación Nacional ha establecido que todos los
colegios del país deben manejar un Proyecto de Educación para la
Sexualidad y Construcción de Ciudadanía (PESCC), que supere la vieja
manera de enseñar “educación sexual”, basada en un enfoque netamente
biológico y de prevención de las enfermedades de transmisión sexual,
dejando de lado la dimensión afectiva de la sexualidad y una comprensión
científica más amplia sobre la sexualidad humana; una cosa dice la teoría
y una muy distinta es la práctica (MEN, 2006, PESCC, Módulo 1).
Seguramente esta situación se debe al hecho de que durante mucho tiempo la
educación estuvo bajo el control casi absoluto de la Iglesia Católica a
través del Concordato, y solo recientemente perdió ese monopolio sobre le
educación pública (Constitución de 1991), pero la concepción que sigue
primando en la mayoría de las instituciones educativas en Colombia, al
menos en los aspectos ético, moral y obviamente sexual, es la cristiana
católica, basada en la prohibición y el pecado.
Uno de los argumentos a favor de la represión de las manifestaciones
amorosas de los estudiantes, es que en realidad se trata de prevenir un
problema mayor: los embarazos en adolescentes. Tal preocupación es
legítima, pero quiero recordar que es bastante reciente y que antiguamente
no se veía como un problema grave. Nuestras abuelas y bisabuelas comenzaron
a tener hijos antes de tener cédula -bueno, las que tuvieron la
oportunidad de tenerla-. Hace cincuenta años el promedio de edad
para tener el primer hijo era a los catorce años, eso sí, tenían que estar
debidamente casadas por la Iglesia Católica.
Si hoy en día nos preocupan los embarazos en adolescentes es porque
pensamos que parir hijos no es el único propósito de las mujeres, sino
estudiar, ser profesionales y desempeñarse laboralmente en otros ámbitos,
para ganar cada vez mayor equidad frente a los hombres, y si deciden ser
madres, que lo hagan cuando tengan la suficiente madurez, independencia y
formación necesarias para educar a sus hijos. Una adolescente que se
embaraza durante su época de colegio se está poniendo a sí misma en
condición de desventaja. Este es un problema muy serio y en ese
sentido estamos todos de acuerdo. Pero si esa es la genuina preocupación,
sería más efectiva la información oportuna y científica a través de una
verdadera educación para la sexualidad y construcción de ciudadanía. Seamos
honestos, el aumento de los embarazos adolescentes, así como el riesgo de
adquirir enfermedades de transmisión sexual, se deben más a la ignorancia
de los jóvenes sobre el funcionamiento de su sexualidad, que a sus
manifestaciones amorosas en el colegio.
Si bien es cierto que hoy día los jóvenes comienzan su vida sexual a más
temprana edad, en gran medida por el bombardeo de información sexual que
reciben a través de la televisión e Internet, también se debe a que cada
vez están más solos y no cuentan con el acompañamiento adecuado de sus
padres o acudientes. Con mucha frecuencia vemos en los niños, niñas y
adolescentes comportamientos afectivos que tal vez son prematuros para su
edad, pero la solución no es “señalarlos” o “culparlos” por indecentes,
sino brindarles un acompañamiento oportuno, pues en muchos casos ocurre
que están siendo objeto de abuso sexual por parte de los adultos, y
sus “manifestaciones amorosas” inadecuadas son en realidad un grito de
alerta para que tomemos cartas en el asunto y busquemos los verdaderos
culpables.
El problema no se resuelve prohibiendo sus manifestaciones amorosas,
sino educándolos en el uso responsable y adecuado de su libertad y
autonomía, lo cual implica, entre otras cosas, hacerlos conscientes de que
seguramente el aula de clase no es el espacio más adecuado para entregarse
plenamente a dichas manifestaciones, del mismo modo que la discoteca no es
el lugar más cómodo para reunirse uno con los amigos a hacer las tareas.
Un aspecto que sí es muy importante es educarlos en el respeto por el otro
o por la otra, y no permitir el abuso de ningún tipo, especialmente el
maltrato de género. Más que manifestaciones amorosas, lo que sucede
con frecuencia es que algunos machos alfa de la manada se sienten ofendidos
si las niñas no se dejan besar y manosear por ellos. Es el acoso sexual y
no las manifestaciones amorosas lo que habría que reprimir con toda
dureza, o acaso ¿Quién puede ver una manifestación amorosa en esa clase de
abuso?
Las prohibiciones y represiones morales son un arma de doble filo y en
muchas ocasiones pueden tener consecuencias contrarias a las esperadas. La
“guerra contra las drogas”, por ejemplo, ha traído como consecuencia la
creación de grandes carteles criminales que han ocasionado muerte y
destrucción. Un problema que bien podría tratarse como asunto de salud
pública, que es el consumo de sustancias psicoactivas, se nos ha
convertido en un problema político, militar y social de carácter
mundial, cuyas peores consecuencias no son precisamente la adicción a las
drogas. Nada incita más a los adolescentes que transgredir las
prohibiciones de los adultos, en especial, aquellas que simplemente
imponemos sin dar alguna explicación racional de por qué lo hacemos. A
veces me parece un poco sospechoso que nos moleste tanto todo lo que hacen
los adolescentes, que si se paran los pelos, que si se los pintan, que si
se abrazan, si se besan, pareciera que todo lo que provenga de ellos es
necesariamente malo. En la mayoría de los casos lo que les estamos
prohibiendo es precisamente lo que los hace adolescentes.
No estoy diciendo que todo lo que inventen, por el solo hecho de ser
adolescentes, debe permitirse, pues al fin y al cabo no podemos
descargarnos de nuestro papel de orientarlos en aguas turbulentas y, desde
luego, algunas de las cosas que procuramos impedirles, es para evitarles
un mal mayor.
Pero en el caso que estamos analizando habría que demostrar
primero ¿Qué consecuencias negativas tienen esas manifestaciones amorosas,
tanto en ellos como en la institución educativa, para que valga la pena
ser reprimidas con tanta fuerza?, ¿acaso les impiden a los
estudiantes aprender?
Si suponemos que las manifestaciones amorosas entre adolescentes son
algo malo y perverso en sí, le estamos dando un mensaje equivocado a la
juventud, pues cómo se explica que les hayamos enseñado desde niños el
amor como un sentimiento positivo y humano, pero ahora en la adolescencia
decidamos que se ha vuelto malo si lo comparten con sus compañeros. Desde
luego que en los colegios debe haber reglas claras y normas que regulen la
convivencia, pero siempre en el marco del respeto a la intimidad personal,
a la libertad de conciencia y al libre desarrollo de la
personalidad (Constitución Política de Colombia, 1991).
Más que prohibir las manifestaciones amorosas entre estudiantes, hay que
instruirlos y concientizarlos para que eviten los embarazos a temprana edad,
y prohibir, eso sí con toda dureza, las manifestaciones de violencia y
agresividad para con los demás y el abuso cuando se presente. Es hora de
que en las instituciones educativas dejemos de “sacarle el cuerpo” a esta
discusión y hablemos de frente sobre la necesidad de tener mejores
relaciones amorosas que nos permitan ser más felices y ser
mejores ciudadanos.
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